Creo que hasta las personas que se dicen aburridas tienen algo para contar, una historia de cajón, anécdotas que invitan la risa, otras no tanto. No puedo dejar de pensar en las tribulaciones de la vida y no esbozar una sonrisa, al final hay que tener ese concepto, de mirarlo desde lejos, de salir del cuadro e intentar observarlo todo, salgo de mi, por ejemplo y veo un tipo que dejó de reir tanto como antes, veo alguien que dejó de ser espontáneo, que su imaginación fue absorvida por una planilla de excel, que la vivacidad fue derrotada por las obligaciones, al final es bueno, pienso, que es y debe ser así. Cuando era más pendejo era un soñador irremediable, un estúpido héroe de utopías, caminando por una plaza , observando el viento jugar con las ramas ya era par mi una película de steven spielberg, con el tiempo perdí la capacidad de asombrarme con las cosas simples de la vida. Un gesto, una pose, una calle vacía, un cigarrillo a madrugada, perros ladrando, un viento de verano, miles y miles de estrellas que me invitaban a irme a la mierda con mis pensamientos, después era como que sentía culpa, por pensar tanto, la culpa de gastar el tiempo en eso, fantasías, luego un poco más tarde la vida misma se encargo de hacerme más recto, más terrenal, más robot.
Hay veces en mis días de robot modo ON en que hay cortocircuitos, es ahí cuando escribo acá, después la falla en el sistema se arregla, y vuelvo a pensar normal, te preocupas por las noticias, por lo que pasa, estás al día, pensas en el trabajo, en guita, en superarte, en guita, en ser feliz, en guita, en ser mejor persona, en guita.
Hay pocos momentos en que el sistema falla y salgo de mi, lo importante de todo, a fin de cuentas...es que al parecer no perdí esa magia después de todo.